miércoles, 8 de octubre de 2008

Silencio

Tres días sin lucir el sol, la luz que alumbra mi existencia:
Intento ver mi cielo azul ó, el negro intenso de un cielo estrellado.

Compulsivamente abro el correo, cargo en exceso el móvil, nada, el silencio pesa como plomo, este silencio en el que tan a gusto me he encontrado siempre. Es un estado desconocido hasta ahora para mí, y ¡Como pesa!

Hace unas horas se han cumplido cuarenta y tres años que con ilusión de niña (lo que era) salí del regazo de mis padres para vivir mi vida junto al hombre que amaba, comenzamos a construir nuestro hogar, llenos de ilusiones, con dificultades pero sin desfallecer, procurábamos que nuestro edificio fuese sólido, estaba cimentado en el amor… Pero se fueron formando alrededor unas nubes que en principio, parecían blancas y sin más amenaza que el sobresalto de ver motas de algodón en nuestro cielo azul, pero se fueron haciendo grises, plomizas, hasta descargar la tormenta, con fuerte carga eléctrica y lluvias torrenciales que, asolaron nuestras esperanzas de mantener en pié lo que con tanto primor habíamos comenzado a construir.

En medio del dolor y la desolación, comencé la difícil tarea de rescatar restos de mi historia, y con ello, dar una muerte digna a lo que con tanto amor habíamos construido, lo limpié del color gris del barro y lodo, lo pulí, lo abrillanté y lo dejé cerrado a cal y canto en lugar seguro. Nada mejor que entre mi alma y en lo más profundo de mi corazón… Y allí reposa, intacto como el primer día.

Deambulé por los caminos de la supervivencia partiendo de cero, sin más experiencia que lo que mis sentimientos me dictaban.

En medio del pedregal mundo, mi alma desnuda sufría las punzadas de los puntiagudos guijarros, seguí senderos y caminos sin apenas detenerme más allá de lo necesario, para seguir tirando, para sentirme viva en ese deseo imperioso y humano de calor y comprensión.

En una ladera encontré un árbol repleto de savia, sus largas ramas estaban cubiertas de hojas y brotes en medio del desolador escenario, lucía con ambición y fuerza, quería cubrir al mundo, protegerlo de las alimañas que acechaban los caminos y amordazaba un mundo que empezaba a cambiar su decorado.

Enraizó con inteligencia y valor, y comenzó a desarrollar y convertir el pedregal en lugares de ensueño, llenó de luces los caminos, modeló ciudades y renovó ideas, suavizó sombras, borrando los cuerpos opacos y mostrando el brillo de sus interiores.

Quedé atrapada, escondida en un pliegue de su mundo, tan fascinada que, el amor fue instalándose en mi corazón, y germinando día tras día, año tras año.

Si necesitó hombro, quise ser hombro, si necesitó, cuerpo, fui cuerpo, si necesitó ilusión, fui ilusión, ahora necesita silencio y soy silencio.


… Pero además de todo eso, soy persona, y las personas tenemos la necesidad de compartir, descargar nuestras emociones en algún lugar. Yo elijo mi diario, mi más fiel confidente, quien en estos momentos enjuga mis lágrimas.

Y este amor que desde el año 86 del pasado siglo he tenido aprisionado en mi corazón, ha generado un sentimiento tan puro que sin darle nombre sé que es, el amor del amor mismo, por que no hay posesión, no hay cuerpo, solo hay un sentimiento profundo.

Me invade una cierta nostalgia el pensar que algo que pudo haber sido pero que nunca será. Motivos… diversos, claramente entendibles para él y para mí, sin necesidad de palabras.

Ello no me impide sentirme privilegiada por poseer en mi corazón ese hermoso edén donde, instalé el tronco del que parten todos mis sentimientos.

Unos sentimientos encaminados hacia el deseo imperioso de que el árbol que amo y admiro, consiga todos sus anhelos y un amor similar al que, con celo, mantengo y protejo en mi corazón. ¡Sería una dualidad maravillosa y extrema!

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