jueves, 30 de octubre de 2008

Otoño: La caída de la hoja

Hoy he paseado por el parque Can Vidalet, otoño, es la estación en que los árboles presentan esa imagen dorada y de embrujo que me inspira a soñar.

Miro caer las hojas y pienso que, ese árbol de hoja caduca, a cumplido su ciclo anual de frondosidad. Ahora ya no es necesaria su sombra y, discreto y silencioso, se desnuda y duerme hasta que de nuevo nos sea necesario, es la naturaleza tan sumamente bella que en todo momento nos ofrece sus encantos, y sin perder un ápice de su hermosura nos regala aquello que en cada momento necesitamos.

En mi paseo, me he sentado a descansar junto a un tronco de corteza desquebrajada y reseca, pero sé que en la próxima primavera, este tronco aparentemente muerto, volverá a brotar y volveremos a buscar su sombra y admirar la frondosidad de sus ramas, es ese corazón de madre naturaleza que nunca nos abandona, en sus raíces llevará la sabia y otros árboles le tomarán el testigo y nos darán el oxígeno necesario, la sombra, la humedad, y el aliento para vivir, ese aliento que hoy me faltaba. Y digo me faltaba por que en este descanso, en que me detengo para descansar el cuerpo, simultáneamente entro en reflexión y ordeno ideas y situaciones, por tanto, recobro ese ritmo tan necesario en cuerpo y mente.

En esta reflexión, el corazón se ensancha, la sensibilidad aflora y nos inunda de pasajes de nuestra vida guardados en los pliegues del tiempo, todos hermosos, todos únicos, todos de esa pureza exenta de rencores, para poder formar con todos los retazos de nuestras vivencias, nuestra historia, y como queremos que sea la más humana y la más bella, nos inclina a mejorarnos, a humanizarnos, a sensibilizarnos, en definitiva, a colaborar en un mundo mejor.

Nada más triste que llegar al último tramo de nuestra existencia y mirar nuestras manos vacías, sin nada que ofrecer y sin nada por recibir a la hora de entregar el testigo.

Creo que a la vida llegamos para algo más que para vegetar, creo que estamos obligados a hacer camino, adornarlo y disfrutar en la andadura… El premio es, pasar a nuestra vejez con la tranquilidad del deber cumplido. Nada más hermoso que contarle a nuestros nietos que fuimos jóvenes, que maduramos y envejecimos llenos de vida, que llenamos las páginas de nuestro libro sin dejar espacios en blanco ni borrones para encubrir aquello que queramos ocultar, si tenemos que pedir perdón que sea con humildad, si tenemos que perdonar, que sea desde el corazón.

Recostada en el banco de madera, los recuerdos me llevan a escenarios dibujados con
sonrisas y lágrimas, todo tiene algo de hermoso y de triste, es el Yin Yang de nuestra existencia, pero al llegar al final todo se unifica en ese equilibrio llamémosle, natural de vida, donde, ni todo son flores ni todo son espinas. Lo importante es saber aceptar lo que en cada momento la vida nos ofrece.

Hecho una última mirada a este hermoso parque, hoy, de hojas amarillas y marrones y un suelo poblado con todas ellas. Tal vez no regrese hasta la primavera, en que este será otro escenario, las hojas brillaran los pájaros ocuparan sus copas y sus trinos borraran el silencio.

Yo doy gracias a la vida, por cuanto me ha dado, pero por lo que más agradecida estoy es por cuanto he vivido, si de algo tengo que hacer gala es de haber sabido sacar provecho de ella.
En el amor, he amado y me he sentido amada intensamente, aunque todo tiene su fin, me siento privilegiada por haberlo vivido, de todo quedan ondas que se escuchan en el aire y en él viajaran indefinidamente.

… En la edad dorada

Como si un fogonazo me hubiese deslumbrado, en mi retina, una imagen arraigada y bella se resiste a desconectar unos caminos andados y desandados.

Tristemente en la sociedad que vivimos, estamos sujetos a unos cánones, a una regla ó modo de vida en la que se deshecha lo que no reúne los requisitos exigidos.

En el tema que me ocupa, lo tristísimo es que se dobleguen los sentimientos, los valores humanos no tienen lugar si no llevan el consiguiente certificado académico,

No estamos para perder tiempo en cosas que puedan perjudicar nuestra imagen, no me puedo detener en una persona que no esté a mi altura sociocultural, sólo es una atracción física, ¡Ni eso! Solo es una necesidad fisiológica que se soluciona al amparo de cuatro paredes.

La noria gira y gira a impulsos de nuestra energía…pero ésta un día se para, nuestra vida profesional activa está toda escrita, ya otros jóvenes empujan, aprenden del papel, ése era nuestro objetivo. Misión cumplida.

Se llega a la edad madura, aún nuestra mente está clara, nuestros sentidos funcionan, es tiempo de vivir nuestro último tramo, recordamos que en lo personal tenemos un corazón amordazado y es hora de darle libertad, y libremente decidimos comenzar otra vida donde entre en práctica el sentimiento y la necesidad humana de compartir el resto de nuestra vida en compañía.

¿Qué será de aquella chica/o? … no, no, no voy a rebajar mi estatus, mi prestigio que tantos años y sacrificios me ha costado alcanzar.

Y de nuevo, el hombre/mujer, es apartado por la misma circunstancia, no cabe en el contexto sociocultural establecido.

Pero, aún se llega a otra etapa donde, necesariamente, necesitamos a alguien a nuestro lado, ya fuera de prejuicios y niveles, alguien que comparta, que entienda nuestro lenguaje, nuestras necesidades longevas. Un poco tarde nos damos cuenta que tan ocupados hemos estado en acumular vida, que nos olvidamos de vivirla ¡Nos han vivido nuestra vida!

Aquí, aquella mujer/hombre sí nos puede servir, estamos en el mismo nivel con las mismas necesidades y las mismas aspiraciones de, amor, paz, y tranquilidad. Aquí recuerdo una película humana y bellísima, en la que quisiera ser uno de sus protagonistas, Catharine Hepburn y Henry Fonda - En el Estanque Dorado- de Mark Ridell. Película hermosa donde las haya. Aquí Mark Ridell se ha recreado ofreciendo un guión de una pureza de sentimientos límites, nada más hermoso que vivir los dorados años en esa abundancia de amor y entrega, son esas imágenes que nos invita a la reflexión.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Vida y Verdad

Hoy una vez más necesito evadirme de las angustias, nada mejor que leer a Cervantes y reír con el caballero de la triste figura (reír y emocionarme) es una terapia que me da buenos resultados. A veces pienso que yo soy un poco quijotesca, es decir un poco loca, ida, en definitiva, Isabel, pero me consuelo pensando que, si loco es hacer aquello que no es normal ¿por qué tengo que ser normal, haciendo lo que todos hacen? Creo que eso mermaría mi personalidad, creo que soy coherente conmigo misma, entonces ¿de qué parte está aquí la razón ó la locura? ¿La realidad ó la irrealidad?

Lo cierto es que me lo paso bien leyendo Don Quijote de la Mancha, con sus metáforas surrealistas y sus locuras (de las que tan faltos estamos) vivimos tan pendientes de hacer lo que está mandado, que nos olvidamos de vivir lo que nos dicta nuestro yo.

Me emociono con el personaje, creo que es la pura razón, la realidad personificada.
La humanidad andante y parlante, ó yo estoy más loca de lo que creo.
Igual me ocurre con Sancho. Y aquí me pierdo, porque ¿Cómo puedo ver a dos personajes, tan dispares, y tan iguales? Pienso que la cualidad que los unifica es, la humanidad, en un escenario lleno de vida y verdad.

Morir de amor, morir de frío

Nati y Elisabet trabajaban en el mismo Hospital. Nati era enfermera y Elisabet se ocupaba de la farmacia del Hospital.

Eran pareja en los años cuarenta, recién terminada la guerra civil española, su relación la mantenían en sumo secreto. Aún sabiendo que sus amigos y vecinos lo sabían. Ellas nunca lo confirmaron… en aquellos tiempos el colectivo gay estaba perseguido y castigado. Vivían juntas y eran queridas poR su buen hacer y entrega por los más necesitados en el hospital. Estaban muy consideradas por todo el personal sanitario.

Fueron muchos jóvenes a los que Nati ayudó, los presentaba a los médicos como sus sobrinos y alegando diversos problemas, de pies planos, defectos visuales, o de huesos, se las ingeniaba para liberarlos del servicio militar, pues sabía que eran el único sustento para sus familiares.

Los médicos recelaban de tanto sobrino o primo, y en ocasiones le decían: “Hay que ver Nati, que medio Jaén está emparentado contigo”. Pero hacían la vista gorda y les daba el certificado de NO APTO para el servicio militar porque sabían que Nati era buena y el motivo era siempre el mismo, la gran miseria que la guerra nos había dejado.
La lucha por subsistir en medio de tanta pobreza, hacia falta cultivar las tierras y paliar el hambre en sus casas.

Elisabet, era hacendosa en la casa, llevaba ésta con esmero y pulcritud, hacía la compra y la cocina, siempre callada, responsable… Amaba a Nati con el corazón y el alma.

Nati se ocupaba de su trabajo y como he dicho de sus buenas obras, pero al llegar a casa –vivían juntas- llamaba con su vozarrón a gritos a algún vecino, para echar un cigarro o un vaso de vino, y hacer la partidilla de cartas o dominó.

Era alta y con andares un tanto masculinos y desgarbados. Elisabet por el contrario, era menudita y de porte femenino. Su cara estaba marcada por unas cicatrices, consecuencia de las quemaduras, que sufrió en el incendio de teatro de Novedades en Madrid. Las dos adoraban a los niños y, a los de sus vecinos, les gustaba pasearlos y sacarlos a tomar el sol. Entre la pareja había respeto y complicidad, salían de casa juntas para ir al hospital Elisabet vestía elegante, si. Si era invierno lucía un abrigo de astracán, que aunque gastado por el uso, ella lo sabía llevar con elegancia, en verano, solía llevar faldas rectas con blusas bordadas ó con encajes de guipur y zapatos de tacón.- Se notaba que había vivido en la alta sociedad. Nati por el contrario, solía llevar pantalones anchos y cazadoras. En verano vestidos anchos con canesú y zapatos bajos.
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Su empleo en el hospital, les permitía vivir económicamente bien, pero Nati no tenía límites para ayudar a tanta gente como lo necesitaba, tantas mantas como Elisabet compraba, tantas como Nati regalaba, la despensa que Elisabet llenaba, Nati se encargaba de vaciarla, todo lo regalaba a cualquier persona, de la vecindad. Como todo tiene un límite, Elisabet se quejaba, su economía se resentía, y poco a poco la convivencia también.

Nati no podemos continuar así (decía Elisabet) Son mucha gente la que pasa hambre, el trabajo escasea y el que hay, está mal pagado, los terratenientes acumulan riquezas, mientras los jornaleros apenas cobran para dar de comer a su familia, que cada día crece y cada vez son más las bocas que alimentar, sus mujeres van a lavar las ropas y limpiar las casas de sus amos por tan sólo media libra de pan y dos arenques. Los niños pasan hambre y frío. En los hospitales cada vez hay más tuberculosos, y los mutilados de guerra cobran una mísera paga que no les da para vivir. Nosotras solas no podemos arreglar todo, es el gobierno quién tiene que solucionar este desastre, poner remedio.

Nati le contestaba –Mientras yo vea pasar frío a un niño, y en mi casa quede una manta, esa manta es pera él- Elisabet bajaba la cabeza y se marchaba diciendo – Esto no podemos arreglarlo nosotras, apenas nos queda dinero para pasar el mes, el invierno está cerca y se presenta crudo, pasaremos frío por tu desmedida.

Después de muchos años, la pareja se separaba, Elisabet se marchó. Nati entró en una depresión y pasó del vaso de vino después del trabajo a la botella antes del mismo. Se convirtió en alcohólica irreversible. Cesó (o la cesaron) en el hospital.
Los amigos y vecinos nada podían hacer por ella y veían con gran tristeza cómo una persona tan valiosa y buena terminaba en un estado tan lamentable. Su casa antes tan limpia estaba dejada y sucia, su despensa vacía, y su cama sin mantas.

Un día de crudo invierno una vecina que extrañándose de no verla la llamó, no tuvo respuesta. La puerta estaba abierta, la luz encendida.

Entró temiendo lo peor. En la cama acurrucada, entre las sábanas negruzcas y malolientes, estaba Nati, nada pudo hacer. En la mesita de noche una botella vacía, junto a una foto de Elisabet y Nati con sendas batas blancas sonrientes, en aquellos tiempos en que pese al hambre y la miseria, ellas eran felices.

Silencio

Tres días sin lucir el sol, la luz que alumbra mi existencia:
Intento ver mi cielo azul ó, el negro intenso de un cielo estrellado.

Compulsivamente abro el correo, cargo en exceso el móvil, nada, el silencio pesa como plomo, este silencio en el que tan a gusto me he encontrado siempre. Es un estado desconocido hasta ahora para mí, y ¡Como pesa!

Hace unas horas se han cumplido cuarenta y tres años que con ilusión de niña (lo que era) salí del regazo de mis padres para vivir mi vida junto al hombre que amaba, comenzamos a construir nuestro hogar, llenos de ilusiones, con dificultades pero sin desfallecer, procurábamos que nuestro edificio fuese sólido, estaba cimentado en el amor… Pero se fueron formando alrededor unas nubes que en principio, parecían blancas y sin más amenaza que el sobresalto de ver motas de algodón en nuestro cielo azul, pero se fueron haciendo grises, plomizas, hasta descargar la tormenta, con fuerte carga eléctrica y lluvias torrenciales que, asolaron nuestras esperanzas de mantener en pié lo que con tanto primor habíamos comenzado a construir.

En medio del dolor y la desolación, comencé la difícil tarea de rescatar restos de mi historia, y con ello, dar una muerte digna a lo que con tanto amor habíamos construido, lo limpié del color gris del barro y lodo, lo pulí, lo abrillanté y lo dejé cerrado a cal y canto en lugar seguro. Nada mejor que entre mi alma y en lo más profundo de mi corazón… Y allí reposa, intacto como el primer día.

Deambulé por los caminos de la supervivencia partiendo de cero, sin más experiencia que lo que mis sentimientos me dictaban.

En medio del pedregal mundo, mi alma desnuda sufría las punzadas de los puntiagudos guijarros, seguí senderos y caminos sin apenas detenerme más allá de lo necesario, para seguir tirando, para sentirme viva en ese deseo imperioso y humano de calor y comprensión.

En una ladera encontré un árbol repleto de savia, sus largas ramas estaban cubiertas de hojas y brotes en medio del desolador escenario, lucía con ambición y fuerza, quería cubrir al mundo, protegerlo de las alimañas que acechaban los caminos y amordazaba un mundo que empezaba a cambiar su decorado.

Enraizó con inteligencia y valor, y comenzó a desarrollar y convertir el pedregal en lugares de ensueño, llenó de luces los caminos, modeló ciudades y renovó ideas, suavizó sombras, borrando los cuerpos opacos y mostrando el brillo de sus interiores.

Quedé atrapada, escondida en un pliegue de su mundo, tan fascinada que, el amor fue instalándose en mi corazón, y germinando día tras día, año tras año.

Si necesitó hombro, quise ser hombro, si necesitó, cuerpo, fui cuerpo, si necesitó ilusión, fui ilusión, ahora necesita silencio y soy silencio.


… Pero además de todo eso, soy persona, y las personas tenemos la necesidad de compartir, descargar nuestras emociones en algún lugar. Yo elijo mi diario, mi más fiel confidente, quien en estos momentos enjuga mis lágrimas.

Y este amor que desde el año 86 del pasado siglo he tenido aprisionado en mi corazón, ha generado un sentimiento tan puro que sin darle nombre sé que es, el amor del amor mismo, por que no hay posesión, no hay cuerpo, solo hay un sentimiento profundo.

Me invade una cierta nostalgia el pensar que algo que pudo haber sido pero que nunca será. Motivos… diversos, claramente entendibles para él y para mí, sin necesidad de palabras.

Ello no me impide sentirme privilegiada por poseer en mi corazón ese hermoso edén donde, instalé el tronco del que parten todos mis sentimientos.

Unos sentimientos encaminados hacia el deseo imperioso de que el árbol que amo y admiro, consiga todos sus anhelos y un amor similar al que, con celo, mantengo y protejo en mi corazón. ¡Sería una dualidad maravillosa y extrema!