miércoles, 8 de octubre de 2008

Morir de amor, morir de frío

Nati y Elisabet trabajaban en el mismo Hospital. Nati era enfermera y Elisabet se ocupaba de la farmacia del Hospital.

Eran pareja en los años cuarenta, recién terminada la guerra civil española, su relación la mantenían en sumo secreto. Aún sabiendo que sus amigos y vecinos lo sabían. Ellas nunca lo confirmaron… en aquellos tiempos el colectivo gay estaba perseguido y castigado. Vivían juntas y eran queridas poR su buen hacer y entrega por los más necesitados en el hospital. Estaban muy consideradas por todo el personal sanitario.

Fueron muchos jóvenes a los que Nati ayudó, los presentaba a los médicos como sus sobrinos y alegando diversos problemas, de pies planos, defectos visuales, o de huesos, se las ingeniaba para liberarlos del servicio militar, pues sabía que eran el único sustento para sus familiares.

Los médicos recelaban de tanto sobrino o primo, y en ocasiones le decían: “Hay que ver Nati, que medio Jaén está emparentado contigo”. Pero hacían la vista gorda y les daba el certificado de NO APTO para el servicio militar porque sabían que Nati era buena y el motivo era siempre el mismo, la gran miseria que la guerra nos había dejado.
La lucha por subsistir en medio de tanta pobreza, hacia falta cultivar las tierras y paliar el hambre en sus casas.

Elisabet, era hacendosa en la casa, llevaba ésta con esmero y pulcritud, hacía la compra y la cocina, siempre callada, responsable… Amaba a Nati con el corazón y el alma.

Nati se ocupaba de su trabajo y como he dicho de sus buenas obras, pero al llegar a casa –vivían juntas- llamaba con su vozarrón a gritos a algún vecino, para echar un cigarro o un vaso de vino, y hacer la partidilla de cartas o dominó.

Era alta y con andares un tanto masculinos y desgarbados. Elisabet por el contrario, era menudita y de porte femenino. Su cara estaba marcada por unas cicatrices, consecuencia de las quemaduras, que sufrió en el incendio de teatro de Novedades en Madrid. Las dos adoraban a los niños y, a los de sus vecinos, les gustaba pasearlos y sacarlos a tomar el sol. Entre la pareja había respeto y complicidad, salían de casa juntas para ir al hospital Elisabet vestía elegante, si. Si era invierno lucía un abrigo de astracán, que aunque gastado por el uso, ella lo sabía llevar con elegancia, en verano, solía llevar faldas rectas con blusas bordadas ó con encajes de guipur y zapatos de tacón.- Se notaba que había vivido en la alta sociedad. Nati por el contrario, solía llevar pantalones anchos y cazadoras. En verano vestidos anchos con canesú y zapatos bajos.
.
Su empleo en el hospital, les permitía vivir económicamente bien, pero Nati no tenía límites para ayudar a tanta gente como lo necesitaba, tantas mantas como Elisabet compraba, tantas como Nati regalaba, la despensa que Elisabet llenaba, Nati se encargaba de vaciarla, todo lo regalaba a cualquier persona, de la vecindad. Como todo tiene un límite, Elisabet se quejaba, su economía se resentía, y poco a poco la convivencia también.

Nati no podemos continuar así (decía Elisabet) Son mucha gente la que pasa hambre, el trabajo escasea y el que hay, está mal pagado, los terratenientes acumulan riquezas, mientras los jornaleros apenas cobran para dar de comer a su familia, que cada día crece y cada vez son más las bocas que alimentar, sus mujeres van a lavar las ropas y limpiar las casas de sus amos por tan sólo media libra de pan y dos arenques. Los niños pasan hambre y frío. En los hospitales cada vez hay más tuberculosos, y los mutilados de guerra cobran una mísera paga que no les da para vivir. Nosotras solas no podemos arreglar todo, es el gobierno quién tiene que solucionar este desastre, poner remedio.

Nati le contestaba –Mientras yo vea pasar frío a un niño, y en mi casa quede una manta, esa manta es pera él- Elisabet bajaba la cabeza y se marchaba diciendo – Esto no podemos arreglarlo nosotras, apenas nos queda dinero para pasar el mes, el invierno está cerca y se presenta crudo, pasaremos frío por tu desmedida.

Después de muchos años, la pareja se separaba, Elisabet se marchó. Nati entró en una depresión y pasó del vaso de vino después del trabajo a la botella antes del mismo. Se convirtió en alcohólica irreversible. Cesó (o la cesaron) en el hospital.
Los amigos y vecinos nada podían hacer por ella y veían con gran tristeza cómo una persona tan valiosa y buena terminaba en un estado tan lamentable. Su casa antes tan limpia estaba dejada y sucia, su despensa vacía, y su cama sin mantas.

Un día de crudo invierno una vecina que extrañándose de no verla la llamó, no tuvo respuesta. La puerta estaba abierta, la luz encendida.

Entró temiendo lo peor. En la cama acurrucada, entre las sábanas negruzcas y malolientes, estaba Nati, nada pudo hacer. En la mesita de noche una botella vacía, junto a una foto de Elisabet y Nati con sendas batas blancas sonrientes, en aquellos tiempos en que pese al hambre y la miseria, ellas eran felices.

2 comentarios:

andromeda dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

¡Qué historia tan dura y tan hermosa!en mi infancia se la escuché muchas veces a mi madre (ella también las conocía), pero Isabel le da un tono tan íntimo y sensible que me parece nueva.