martes, 16 de septiembre de 2008

Luz de la oscuridad

Se inunda mi almohada de sueños y colores
Que empujan a la noche sigilosa
Rota en mil partículas de silenciosas luciérnagas
Que me arrastran a los confines, más allá del mundo.

Al recuerdo, una aureola lo distingue de las demás estrellas
Tú y yo, nos escapamos detrás de él
Igual que fugitivos
Mientras el mundo duerme.

Pitiminí

Era un frío día de invierno, la nieve cubría calles y tejados, en los bosques los árboles alargaban sus rama cubiertas con el manto blanco y parecían fantasmas dispuestos a lanzarse sobre los pájaros que ateridos buscaban donde cobijarse.
La nieve acrecentaba el silencio de la noche, en las casas las vigas se resentían del peso de sus tejados y gritos de madera encogían el corazón de los habitantes, la noche era larga y fría.
En una casa de muros de piedra, grandes vidrieras y patios empedrados, donde en uno de ellos, una fuente manaba agua sin descanso, una piedra cóncava hacía de caño proyectando el choro sobre otra enorme piedra hoyándola con su insistencia hasta formar un pilón que servía de lavadero y bañera, el agua salía caliente dentro del frío glacial. Las mujeres se movían con diligencia de la cocina a la gran sala que hacía de dormitorio, en la cama de hierro, una mujer se cogía a los barrotes buscando su fuerza.
Un grito en medio de la noche anunciaba una nueva vida. El llanto de Pitiminí sonó con fuerza en la blanca noche. Las mujeres llenaron con una jarra de porcelana la palangana del mismo material, que estaba encastrada en un lavabo de madera con un espejo basculante y sumergieron a la criatura que al contacto con el agua abrió los ojos a un mundo frío y lleno de necesidades, mientras en una esquina de le amplia sala, un hombre con una paleta de hierro se afanaba por remover las desmayadas ascuas de un brasero para dar calor a la criatura sin conseguirlo, pues a mitad de camino, el calor era consumido por el frío que irrespetuoso, se colaba por las rendijas de la cancela.
La niña fue envuelta en unas toscas ropas mientras la nieve seguía cayendo helando la carita de la criatura que dejaba de ser roja y encogía el cuerpecito tembloroso
Pitiminí ponía todas sus fuerzas en mamar los pechos que se le aparecían salvadores pero tardaría tres días con sus tres noches para recibir el mágico alimento de los calostros que dieran calor a su cuerpo, y la aliviaran del intenso frío que la hacía temblar y la encogía y encogía haciéndola un ovillo.
El invierno se alargaba mientras Pitiminí decrecía, tanto, que apenas era un corazón envuelto en una translúcida piel. Atrofiado su crecimiento Pitiminí se veía obligada a esconderse por los rincones para no ser pisada por cualquier persona ó cosa que pasara por su lado, el hombre que movía el brasero, calentaba sus manos grandes y endurecidas de callos por el rudo trabajo en las tibias brasas hasta casi quemarse, y cogía a la criatura entre ellas para aportarle calor, mientras le enseñaba a leer y escribir. Un día le enseñó una maleta de cartón con rayas, atada con una correa y una hebilla como cierre, y sacando unos libros manuscritos le dijo. Ten estos libros, son de grades maestros de la poesía, aprenderás mucho de ellos.
Pitiminí se aficionó a la lectura con aquellos libros llenos de maravillosas metáforas y gritos desgarradores, todo su ser reducido por el frío a un corazón envuelto en una piel vibraba con los poemas de amor y los gritos de denuncia. Las plumas de Antonio Machado Federico García Lorca y Miguel Hernández plasmaron el amor y el dolor con fuerza de platino que el plomo no pudo agujerear
Cumplidos los catorce años Pitiminí sintió la curiosidad de asomarse al mundo que se filtraba por los cristales de la cancela de aquella casa de fríos muros de piedra. Fue a orillas del río Duero donde el diminuto ser abrió los enormes ojos, deseosos de absorber vida y calor. El maravilloso paisaje acarició su corazón y se sentó junto a un álamo, la hierva y el musgo la hacían casi invisible entre su espesor. Pitiminí respiró un rayo de Sol que se filtraba entre las copas de los álamos, mientras las aguas corrían con suave murmullo inundando su espíritu con la fuerza de la naturaleza, e impulsada por un deseo de sentirse mecida por aquellas aguas, tiró una rama y subiendo sobre ella se aventuró por la suave corriente sintiéndola como el canto de una nana, pasó –entre San Pol y San Saturio, donde el Duero hace su curva de ballesta en torno a Soria – (A. M.) y en un remanso donde las aguas entran para descansar de su largo recorrido Pitiminí se apeó de la rama para seguir disfrutando de aquel entorno de ensueño y cantos que la pluma enamorada le mostrara en aquellos manuscritos.
Fue en ese momento donde un joven reparó en ella ¿Qué es esto? Dijo el joven cogiendo entre sus manos a la diminuta criatura, La dureza de unas manos ásperas y llenas de cicatrices de sabañones que el invierno había dejado, dañó su frágil piel
¡Ay! Me haces daño.
-Que cosa más rara.
-El muchacho examinó con atención aquél diminuto ser de apenas un corazón con dos enormes ojos envueltos en una fina piel, incapaz de determinar su origen pensó que era un capricho de la naturaleza irracional, una especie desconocida, sin dejar de acariciarlo, lo metió en el bolsillo de su camisa y se dirigió hacia su moto.
Pitiminí se sintió a gusto y se acurrucó dentro del bolsillo, tan pegada a la piel del muchacho que escuchó que otro latido se confundía con el suyo, se sintió tan a gusto que quiso instalarse allí de por vida.

El joven aparcó la moto en el garaje de una enorme construcción con apariencia de palacio sin ningún confort, unas columnas que querían demostrar poderío, en realidad era un pobre proyecto que no encumbraba a su arquitecto. El joven subió a su habitación y dejó a Pitiminí sobre un viejo cojín que había servido de cuna a una fiel perrita que murió de la ingesta de las setas que le daban para probar si eran venenosas.
El joven se marchó con los amigos olvidándose de Pitiminí que temblaba de frío, tanto, que se decidió por escalar las patas de hierro de la cama y resguardarse bajo la almohada, quedándose dormida hasta que el chirrido de la puerta la despertó. El joven miró el cojín que estaba vacío y tras echar una ojeada por la habitación, pensó que el animalito se había escapado y sin más preocupación se metió en la cama.
Pitiminí notó la plácida respiración del sueño del chico y acercándose a su oído le preguntó.
-¿Cómo te llamas?
- El joven la escuchó entre sueños, y en medio del sopor contestó
- Loveless, y tú
-Pitiminí
-Nunca he visto un ejemplar tan raro, y tu latido suena grato
-Soy de tu misma especie, pero el frío atrofió mi crecimiento mermando mi cuerpo a la más mínima expresión, las emociones me golpean fuerte en el corazón que sin protección, ocupa todo mi ser
-Yo tengo las mías ocupadas en proyectos de futuro, quiero irme a Cataluña, probar fortuna y llegar a lo más alto de la cima
-La fortuna es saborear la felicidad que te dan las pequeñas cosas de la vida y que tantas veces despreciamos detrás de algo que nunca conseguimos, la cima en estos casos, es un horizonte sin fin, la ambición de los seres humanos debería ser en pos de la felicidad del mundo, de la paz, de la igualdad de condiciones, pero olvidamos todo aquello que llevó a García Lorca a los barrancos de Sierra Nevada a Miguel Hernández a cantar las Nanas de la Cebolla, a Machado a emprender el –Camino ligero de equipaje- sin los olores ni colores de los campos de castilla. Nos olvidamos de los niños huérfanos que entre los despojos de la guerra se habrían camino para subsistir en medio del plomo y sus soledades
-Todo eso pasó y ya no tiene remedio, hay que mirar al frente y procurarse un futuro mejor y buscar cada uno su felicidad
-Pero la búsqueda individual no es sino el lucro de unos cuantos, y el infortunio de todos
- Cállate que tú no sabes ni entiendes nada.
Pitiminí cayó, pero ella sí sabía, los gritos de aquella maleta de cartón los tenía clavados en su corazón, un corazón que el frío de la posguerra había dejado sin protección. Se acurrucó de nuevo bajo la almohada sin dormir durante horas.
Por la mañana el joven pensó que había tenido un sueño y buscó a aquella diminuta criatura hasta encontrarla dormida bajo su almohada, la cogió con cuidado y la llevó a la cocina, la puso sobre una silla y le dio sopas de leche que confortaron a Pitiminí, miró al chico con gratitud y dijo
-Gracias-
- Que extraño, eres una mezcla de ser racional e irracional, esta noche he soñado que teníamos una conversación con opiniones encontradas, tu actitud era humana pero con ella no se llega a ninguna parte.
Pitiminí no le sacó de dudas, terminaron el desayuno y Loveless se marchó a trabajar poniendo a la criatura de nuevo bajo su almohada.
Por la tarde Loveless llegó y fue derecho a recoger a Pitiminí que tras deambular por la casa, cuando ésta estaba sola, se había aseado y perfumado.
Pitiminí agradeció el calor de las manos del joven Loveless y comió con ganas el picadillo que éste le puso en un pequeño plato junto al suyo. Después el joven se sentó en su mesa de despacho y se enzarzó con sus planos y cuentas, poniendo sobre el escritorio al diminuto ser que comenzó a sentirse a gusto. Esta noche Loveless no salió y se fue a dormir pronto, no había dormido bien por la conversación (que él creyó soñar) y tenía sueño.

Pitiminí escuchó el sueño profundo del joven durante horas, después se quedó dormida hasta que Loveless se removió en la cama para quedar dormido de nuevo. Pitiminí siguió despierta y los sueños de adolescente la inundaron con hermosas metáforas. Acercándose al oído de Loveless le dijo.
- ¡Hola! Anoche me quedé triste por tu concepto de vida, creo que lo tienes equivocado, los grandes maestros lo escribieron con sangre en aquellos manuscritos y yo no quiero que sus palabras sean estériles, aprende a escuchar al corazón para poder disfrutar en la escarpada a la cima, de lo contrario llegarás a ella y solo hallaras una gran soledad rodeada de una riqueza material que no aporta felicidad, por el contrario verás otra cima y otra y otra, nunca llegarás a encontrar el fin, hasta que veas con desaliento que tu vida se ha consumido en la búsqueda de un imperio volátil y vano, exento de valor emocional, lo realmente hermoso es conocer el cauce de las emociones sin obstruir sus albuferas con cemento y ladrillo que es perecedero si no lleva consigo el color y sabor de trabajar para construir un mundo mejor de justicia y amor.
-Eso suena bien pero es novelesco y no te saca de apuros, de miseria. Yo trabajo doce horas y otras doce pensando, no tengo tiempo para perderlo pensando en la felicidad de los demás, que cada uno se preocupe de la suya
-La suya será la que al final de tu vida te aporte paz, hay que ir haciendo historia, adornarla y laurearla-Caminante no hay camino se hace camino al andar- .En la escalada a la cumbre ve dejando los hoyos para que los que vienen detrás puedan agarrarse y seguir tu andadura.
-Cállate que tú no sabes nada de la vida.
-Se todo lo que los grandes maestros dejaron escrito. Efectivamente no se mucho de otras cosas, pero tú me puedes enseñar
-Mi tiempo es muy caro, no puedo perderlo con pequeñeces.
Pitiminí sintió su corazón golpeado y tuvo miedo de que éste también decreciese con la insensibilidad de Lloveless, pero un sentimiento poderoso había despertado que le iba a hacer muy difícil el camino.

Loveless terminaba de llenar el maletero de su coche para emprender el camino hacia la cima soñada, dudaba en poner a Pitiminí junto al Duero donde la había encontrado, le creaba remordimientos de conciencia en lo que él creía que era en sueños, pero optó por ponerla en el bolsillo de su camisa y llevarla con él.
Pasaron los años y una nueva vida se habría ante los dos jóvenes. Pitiminí bien comida y bien abrigada comenzó a crecer lentamente, la piel fue cogiendo cuerpo hasta convertirse en una joven de mediana estatura, Loveless no controló el sentimiento que iba creciendo hasta que se instaló con fuerza en el corazón del joven aventurero que ya la fortuna empezaba a sonreír, colmando a Pitiminí de comodidad, viajes y caprichos.
Fue pasando el tiempo, y la joven no se sentía a gusto en la sociedad que Loveless la
internaba, sentía frío en el corazón y éste comenzaba a languidecer.

La frivolidad de las gentes, el lujo y el desamor corría por su entorno, construyendo un muro entre sus sentimientos y el mundo que le tocaba vivir. Se sentía desplazada, incómoda, y el frío de la casa de muros de piedra de nuevo se metía dentro de su ser, velando sus emociones antes vivas y llenas de esperanza. Los gritos de denuncia de los manuscritos los escuchaba cada vez más lejos.
Loveless seguía escalando, buscando la cima y necesitaba un resorte que le catapultase a ella. La filosofía de vida de Pitiminí era la tela de araña que Loveless trataba de arrancar, sin conseguir más allá de un silencio incómodo y doloroso.
Pitiminí quería sentir de nuevo las voces de la maleta de cartón que habían sido su pigmalión, necesitaba seguir su camino de denuncia y entrega.
Pitiminí se quedó a orillas del río Llobregat mientras recordaba las márgenes del Duero y sus álamos –Álamos del amor que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras ramas llenas. Álamos que seréis mañana liras del viento perfumado en primavera. Álamos de las márgenes del duero conmigo vais mi corazón os lleva-(A.M.)

Otros álamos, otros montes, otros ruiseñores y otro río se instalaban en su corazón, que volvía a latir con fuerza renovada. Quedaba mucho por hacer –Caminante no hay camino se hace camino al andar, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.